Queridos Todos,
Recordando un poco la experiencia del año pasado en aquel seminario... les envío este texto del que fuimos cómplices.
Muchos saludos,
Etel
“Fotógrafos ciegos, artistas con síndrome de Down,
¿Cómo transformar la experiencia de la discapacidad?”
Cuando leí por primera vez ese título (con el que ahora mismo encabezo éste escrito) como propuesta del seminario que impartiría el Psicoanalista Benjamín Mayer Foulkes en Tabasco, en octubre del año pasado, de inmediato pensé que no comprendía el sentido de tal expresión. Me parecía francamente una broma y volví a leer detenidamente cuestionándome: ¿Fotógrafos ciegos? ¿Artistas con síndrome de down?, ¿de qué se trata esto?
Por supuesto no pude faltar a la cita, la duda me enganchó sobremanera. En nuestro querido Instituto Juárez ubicado en el centro de Villahermosa, luego de escuchar en aquel seminario la exposición del Dr. Benjamín sobre las historias de vida de personas que con alguna “discapacidad” como la ceguera o el síndrome de down habían podido colocarse ante sí mismos y ante su entorno en una posición subjetiva distinta a la tradicionalmente asignada por el discurso médico, como la de “enfermos” o “discapacitados”. También en una posición distinta a la asignada por cierta concepción religiosa que habla de ellos como “poseídos” o por el contrario como “seres especiales” con alguna misión divina en particular. O simplemente, tal como en el discurso común y corriente, como “personas en falta, con insuficiencia o falla”. Nada de eso hay en esta nueva perspectiva donde, por el contrario, descubrí un campo de reflexión y acción impresionante, rotundamente revelador en muchos sentidos. Me puse a girar mucho sobre la idea de que son nuestras instituciones y nuestros dispositivos de intervención o de atención, o eso mismo llamado imaginario colectivo, lo que hace que tratemos de determinada manera una situación, sobre todo cuando se trata de una situación que aparentemente no padece la mayoría, tal como la ceguera por ejemplo.
Sin embargo, ¿quién no es ciego en algún punto y quién no está en falta o en falla de manera persistente en tanto que es humano, --o sujeto para mejor decir? No falta el que no ve lo que otros podrían con toda facilidad indicarle sobre sí mismo: Es de increíble recurso la falla que estructura nuestra historia personal, el trazo de nuestra existencia.
El seminario versó sobre experiencias de personas que se han colocado frente a otros en tanto artistas, en toda la extensión de la palabra: como creadores, como quienes son también capaces de construir símbolos para representar el mundo en el que viven y vivimos; o sea, ellos quienes son capaces de insertarse también en el lenguaje, pues no están fuera de él en realidad. Eso me pareció más que interesante, digno de ser pensado. Posibilitar e impulsar vínculos sociales, tales como el arte, con las personas con algún impedimento – que, en estricto sentido, somos todos- es una oportunidad de diálogo que se sale de la lógica tradicionalmente asistencial y bondadosamente humanitaria pues en esta perspectiva no se trataría en modo alguno de simplemente “dar terapia ocupacional a los enfermos”. El dar, acá, está colocado en otro sentido. Esta forma de repensar nuestra mirada sobre la discapacidad nos invita a colocarnos en la lógica de una relación conveniente y esperada por la sociedad, algo que sin duda hace lazo social en un mundo donde estamos por constatar a cada palmo que esos lazos están muy desgastados o, peor aún, rotos.
Quiero decir que cuando comencé esta escritura para un periódico pequeño que, ya en el nombre con el que propuse bautizarlo, pretende dar acuse de recibido que acaso podemos dar como una contrafirma de lectura ante acontecer que está ante nuestros ojos (cegados, quizá). Entonces nunca imaginé que agregaría estos párrafos finales. A ocho meses de aquel seminario en Tabasco sobre cómo transformar la experiencia de la discapacidad, al que asistieron, por cierto, estudiantes de Psicología tanto de la Universidad Popular de la Chontalpa como de la UJAT y de la UVM, así como psicoanalistas, artistas, escritores, periodistas, promotores de diversas organizaciones de la sociedad civil y de los derechos humanos, un diálogo intenso entre todos nosotros, diversos, sin duda cobra hoy para mí el tono de una resignificación, algo que se me revela respecto a mi propia ceguera y como tal, es cosa dolorosa.
Es verdad que varias veces había recibido la invitación por correo electrónico al Coloquio de 17, Instituto de Estudios Críticos, anunciando que en esta ocasión versaría sobre los fotógrafos ciegos, sobre la mirada invisible. ¡Vaya que no miré! ¡Vaya que no leí! Un sin fin de veces mis ojos se toparon con la invitación, con la leyenda que rezaba: Celebración de vida y obra de Gerardo Nigenda, el fotógrafo ciego mexicano. Un hombre que perdió la vista a causa de la diabetes siendo muy joven. Un hombre del que yo había escuchado hablar con gran entusiasmo a Benjamín Mayer en aquel encuentro en Tabasco. Un personaje que desafiaba toda mi intención de comprender, todo lo que yo pudiera pensar sobre el deseo de un ciego que hace ver, que produce imágenes, un ciego que da a la vista de otros. Alguien que da lo que no tiene, alguien que da algo a mirar a quien no sabe que tiene eso: la visión, a la vez que la ceguera.
Nunca imaginé, por más que leí la invitación, nunca vi el mensaje en realidad sino hasta que me topé de frente con el letrero escrito en la pared que flanqueaba la exposición de su obra, junto con la de otros fotógrafos ciegos, en el Centro Nacional de la Imagen, un letrero que anunciaba su reciente muerte.
Gerardo murió justo unos días antes de que comenzara el coloquio, justo en sus preparativos para estar ahí. Había muerto y yo no había visto eso. Quizá yo no lo había querido ver. Él era uno de los invitados, estaba convocado a brindar su testimonio, su trayectoria tomando fotos que no podía ver, su deseo de dar imágenes. Yo iba a escucharlo, yo estaba convocada a ese coloquio desde el momento en que supe de él y de otros fotógrafos ciegos en Tabasco. Es que su muerte me revela una imagen todavía mayor, todavía más potente, en negativo.
Frente a mí, mientras escribo ahora, veo/y me ve/ su foto titulada Primer patio del Centro fotográfico Manuel Álvarez Bravo, plagada de estrellas que en realidad son marcas de escritura... la escritura Braille. La foto que hace el ciego me enseña algo de mí, su inesperada partida me da también un saber que no sé bien descifrar aún. ¿Es que es la muerte lo que no puedo ver de mí misma? ¿Es el punto ciego que motiva toda mi ilusión visual? Es esa condición extraña de ser mortal, que no por mucho verla a diario se asume, se ve, fácilmente como propia…
Etelvina Bernal 5 de Agosto de 2010 1:22 am., México DF.
el entyrevistador debe considerarse una persona capaz de tener esa abilidad para preguntar no sintiendose nervioso , debe mostrarse con seguridad dandole una sonrisa , incluso puede anotar durante la entrevista pero dise que no es conveniente por que ya que se piede la consentracion
ResponderEliminarEs admirable el lo que usted nos comparte profesora... precisamente el patio quedo vacio... pero la vida quedo en la imagen, en lo que el "observó" y no precisamente con los ojos...
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