Nuestro abanico de muecas es impresionante. Porque no sólo es una señal para transmitir lo que pasa en nuestras mentes. De alguna forma, también es lo que pasa en nuestra mente, influye en ella, como sostiene Paul Ekman (sí, el personaje de Lie To Me se basa en él).
Ekman fue uno de los fundadores del llamado Sistema de Codificación de las Acciones Faciales o FACS. Es un documento de 500 páginas con toda clase de detalles acerca de los movimientos posibles de los labios (alargar, arrugar, comprimir, aplanar, ampliar, sacar, tensar); los cuatro cambios que se pueden producir en la pie entre los ojos y las mejillas (protuberancias, bolsas, arrugas); o bien las diferencias más significativas entre arrugas infraorbitales y nasolabiales.
Los investigadores han usado este compendio de expresiones para toda clase de cosas, desde investigar la esquizofrenia hasta las enfermedades de corazón. Incluso ha servido a los animadores de Pixar y Dreamworks para hacer películas como Toy Story o Shrek.
Se necesita mucho tiempo para dominar todos los FACS. Pero los que lo han logrado también han adquirido un grado extraordinario de intuición a la hora de interpretar los mensajes que nos enviamos unos a otros cuando nos miramos a la cara.
Por ejemplo, la felicidad. Está representada sobre todo por los UA (Unidades de Acción) seis y doce: contracción de los músculos que sirven para levantar las mejillas (orbicularis oculi, pars orbitalis) combinada con el zigomático mayor, que sirve para alzar las comisuras de los labios.
O el asco. Sobre todo con los UA nueve, para arrugar la nariz (levator labii superioris, alaeque nasi), pero a veces también el número diez, y en ambos casos se pueden combinar con los UA números quince, dieciséis o diecisiete.
Pocos de nosotros podemos controlar la UA número uno a conveniencia, la señal de tristeza.
Como se pueden imaginar, todo este abanico gestual, además de automático, también es universal. Si ven filmes de tribus en las junglas remotas de Papua Nueva Guinea, como los South Fore o los Kukukuku, enseguida adivinas quiénes son más pacíficos y amistosos y quiénes, más hostiles y asesinos.
De modo que cuidado de quienes nos rodean. Nuestra salud anímica, entre otras muchas cosas, depende fuertemente de ello. ¿Tal vez una solución utópica sería rodearse siempre de actores profesionales adictos al método Stanivslaski que sólo transmitieran estados de ánimo positivos?
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