...Y se rompió el cielo

Aunque ya estamos acostumbrados a la temporada de lluvia, siempre parece tomarnos por sorpresa, como si al desear que no ocurra nos olvidaramos de ello y nunca quisieramos realmente estar preparados.

Cuando esto ocurre los psicólogos somos convocados para realizar alguna actividad en favor de las personas albergadas, sea trabajar con los niños, sea atender las crisis personales, sea identificar casos graves de personas que presentan trastornos o simplemente echar la mano en cualquiera de las actividades que se realizan en un albergue.

El albergue es un lugar donde se conjuntan muchos aspectos de la vida social, administrativa y personal, por lo que siempre es conveniente involucrarse en las actividades que se realizan. Allí uno puede encontrar el duelo y la perdida de los objetos y el hogar, los fenómenos de adaptación a un nuevo entorno, el protagonismo de quienes tratan de ayudar para tomarse la foto, la búsqueda de seguridad, la acumulación y la apropiación de objetos en búsqueda de seguridad, el reclamo y la culpa a las autoridades, los rumores, los benditos rumores, y múltiples fenómenos más.

Llegar a un albergue, saberse vulnerable, volverse dependiente, nos habla de la dinámica que toma la el síntoma y los psicólogos y los que en verdad quieren serlo no pueden desatender los fenómenos que aquí se presentan y que nos son tan, tan propios, como cuando el cielo se rompe y no para de llover, mientras vemos como sube y sube el agua.